Colombia, país del sagrado
corazón; país tropical donde predominan los festivos, las ferias y fiestas, los
reinados de la cebolla, el banano, el café, el azúcar y muchos etcéteras
frutales. País multicultural con ritmos y sabores; país multirracial con un
enorme amor por el futbol que desborda todo tipo de pasiones. Un país que está
preocupado más por la novela en el horario “prime time” que por el acontecer diario;
país que ve la política como la causante de todos sus males.
Si, la política como la
causante de todos sus males. En realidad, el colombiano promedio no sale de su
zona de confort donde “la crítica es su principal arma de destrucción masiva”. País
donde hay colombianos capaces de mutar de acuerdo a las temporadas o los
aconteceres nacionales; por ejemplo, en temporadas de selección Colombia, copa libertadores
o en el torneo local, los colombianos promedios –más bien de forma masiva-
mutan teniendo la capacidad de ser técnicos de futbol; en temporadas de crisis
cuando aparecen puentes acordeones, situaciones como la imposibilidad de
terminar los túneles de la línea o lo de hidroituango, se convierten en
ingenieros especializados en alta ingeniería; en temporadas de inundaciones y
avalanchas, se convierten en ambientalistas y especialistas en atención de
desastres; cuando el país afronta perdidas legales como las del mar en
territorio sanandresano, abundan los abogados especialistas en derecho
internacional; y cuando es temporada electoral o de política se desbordan los
politólogos de parque a dar clases magistrales sobre ciencias políticas.
Lo particular es que estos
colombianos “mutantes de profesión” lo hacen desde su confort casero, frente al
televisor donde ve noticias y novelas. Estos mutantes tienen un poderoso
aparato minúsculo que es empleado para lanzar sus proyectiles - “critica”- de
destrucción masiva, con capacidad de transmitir señales y mensajes más dañinos
que una bomba atómica.
Con esa arma destruye el país
y vuelve a reconstruirlo sobre desinformaciones y rumores; desde ese pequeño
aparato tiene la capacidad de infundir odio y negativismo con una capacidad tan
enorme que se junta con sus otros colegas mutantes de profesión a lo largo y ancho
del territorio nacional y terminan volcando a toda esta patria tropical y
multicultural habida de memes y de chistes sobre la división y la
inconformidad.
Las cosas no están bien en
Colombia, eso es claro, pero el irrespeto y la percepción de polaridad de
bandos enemigos a lo largo de toda su historia no dejan salir de su fango este
enlodado país tropical.
Continuando con la
tropicalidad, Colombia posee una réplica política aplicada en todo el
continente latinoamericano, repertorio multifacético donde el hacer de la
política es perpetrada por politiqueros y populistas apoyados por una masa apática
y sin capacidad de razonar; pero ésta masa, deja su inmovilidad para moverse
como solo sabe hacerlo: “bajo el interés personal”.
Es por eso, que aquí se cree o
se tiene la ignorante noción que, si una persona hace política a favor de un
candidato, este debe de cumplir todos los caprichos personales o propósitos de
quienes trabajaron en campaña por y para el futuro caudillo libertador; es
decir, un candidato que termina siendo alcalde, concejal, gobernador, senador o
presidente, está en la obligación de: “otorgar un puesto en su administración,
ubicar laboralmente a un pariente dentro del sector público, o por el contrario
tiene la obligación de otorgar un contrato”. Esta incultura política es el
resultado de lo que en 200 años se ha construido sobre la democracia.
Incultura que desborda todas
los pronósticos y las realidades, promueve clientelismos y corrupción
generalizada donde el ciudadano es el máximo promotor del mismo. ¡Si! El
ciudadano, donde se acostumbró bajo las viejas formas de hacer política moverse
bajo sus propios intereses y que siempre tiene su mano abierta para recibir
cualquier limosna o migaja.
En Colombia, por ejemplo, los
funcionarios públicos tienen prohibido hacer política –Articulo 110 de la
constitución política de Colombia- y en la cadena de campañas electorales son
los que mueven la arena política a favor de un partido o de un candidato, ¿Cuál
es la razón?, la respuesta es sencilla: “peligra el puesto que cada funcionario
consiguió en las pasadas elecciones”, por eso la necesidad del continuismo –ahora
con el nuevo candidato- que es la cuota política del que está en el momento a
cargo.
Administración nueva cambia
sus peones –refiriéndome en un tablero político a los funcionarios-, dejan sin
trabajo a sus oponentes políticos y sale de ellos para llenar esos puestos con
los nuevos peones que hicieron campaña a favor del candidato electo, y es obvio,
no ve que el feliz ganador ya les debe esos puestos desde la campaña.
A lo anterior, se le suma la
pereza de los votantes para salir a las mesas electorales, ponen la excusa de
no tener dinero para transportarse o para comer un refrigerio debido a que su
mesa electoral queda en un barrio alejado o en otro municipio. El partido
político o el candidato pone los recursos económicos y el transporte para que
nuestro ciudadano tropical pueda –ahora si- depositar su voto. El político
entiende que ese votico no se puede perder y gasta lo suficiente para sacarlo a
votar; él no tiene afán, el recupera esa plata cuando este en el cargo bien sea
con algún contrato o con desviación de dineros públicos. Esto no lo entiende
nuestro rústico constituyente primario, el candidato termina patrocinando la
pereza de nuestros ciudadanos tropicales y por ende asegurando su futuro
político.
Funcionarios públicos, politiqueros
populistas y ciudadanos incultos son la santa trinidad política electoral
“tropical” en Colombia. Funcionarios y ciudadanos son los que mueven y
masifican las campañas electorales sin un mínimo de sapiencia democrática sobre
muchos aspectos y que a la larga terminan no solo promocionando candidatos
corruptos, sino que son la base de la corrupción; son los ciudadanos los
corruptos por encima de los políticos, estos últimos son el resultado de lo que
somos como sociedad en cultura política.
Después de las elecciones,
nuestro ciudadano vuelve a mutar de nuevo para seguir con su aparato de
destrucción masiva y su crítica, esta vez porque consiguió lo que necesitaba o
porque no le cumplió el político. Nuestro colombiano tropical vuelve a su
estado natural, a la espera de que acontecimiento de la vida nacional lo va a
obligar a transformarse bien sea en ingeniero, técnico de fútbol, ambientalista
y abogado, hasta volver de nuevo a ser el politólogo de parque movido por su
interés personal.
Empieza de nuevo el ciclo
interminable de incultura política, que tiene sumergido a Colombia en una
democracia al servicio de una caterva inculta sin un mínimo de formación política.